Luego de la tragedia tras el
ataque en uno de sus conciertos en mayo de 2017, Ariana Grande se tomó un tiempo para presentar su cuarto álbum, Sweetener. Tanto el primero (Raindrops)
como el último track (Get well soon) y el primer single (No tears left to cry)
están de una forma u otra dedicados a ese incidente y a las víctimas del mismo.
Pero en este CD la cantante por fin se despoja del resabio que tenía a esa generación del canal Nickelodeon, el mismo que tuvieron Miley Cyrus, Selena
Gomez y Demi Lovato entre muchos otros, pero con Disney Channel, y que se
traduce en madurez artística. El álbum tiene buenos tracks con influencia de
R&B en temas como Better off, Breathin, God is a woman y R.E.M. (no la
banda, sino una canción). Los puntos débiles surgen cuando intervienen los tres
invitados (Nicki Minaj, Pharrell Williams y Missy Eliott), tanto irrelevantes
como innecesarios, porque es la voz de Ariana la que se luce más: por momentos
con mucha potencia, en otros muy dulce y también en tono insinuante, lo cual
refleja una nueva etapa en la carrera de esta artista, con uno de los mejores
álbumes pop del año.
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